sábado, 7 de julio de 2012

Mirando al pasado, buscando un futuro... (III)

MIRANDO EL PASADO, BUSCANDO UN FUTURO... (III)

                                                                  El capote (1842) de Nikolai Gógol, por el Credo Theatre


 
MIRANDO AL PASADO BUSCANDO UN FUTURO… (III)

La enfermedad avanzaba, y yo cada vez estaba más enfermo y cada vez era menos persona individual. Estaba claro, yo formaba parte de una familia. Mis deseos (o necesidades) les afectaban (alguno puede decir que les esclavizaban), y sus acciones formaban parte de mi existencia, sin posibilidad de tomar distancia ni de decidir. Tenía más de 25 años, y mi papá me levantaba a las 6 horas; me aseaba, me ponía en el water y me llevaba con él a trabajar. 
Al mediodía volvía a casa, y con que mi mamá también trabajaba, allí me esperaba la abuelita («tengo un nieto listísimo, la pena es que…»). Con más de setenta años, me ayudaba a subir a casa, por el parking, y con una silla de escritorio, ya que el ascensor no permitía la eléctrica. Cuando compramos/ compraron la vivienda nadie les indicó, y ellos no lo supieron ver, que el rellano del piso no era accesible para una persona que en el futuro iría en silla (claro que a lo mejor ellos también estaban limitados por la carga económica).
Por la tarde-noche, según lo cansado que estuviese, mi abuela o mi mamá me metían en la cama. Y por la noche cambios posturales, más o  menos cada dos horitas, que se los combinaban papá y mamá. Y ustedes dirán ¡qué hombre más afortunado, todos a su disposición…!
            Y yo me pregunto: ¿TODA PERSONA DESEA QUE ESTEN TAN ENCIMA DE ÉL? Mi horario no era mi horario; era el de mi familia. Y además, de vez en cuando, surgía incompatibilidad en los intereses.

—  Papá tengo ganas de… cagar
— ¿Otra vez?

— Mamá,  dame agua
— Eres muy exigente. ¿No te puedes esperar?

— Hoy llegaré un poco tarde.
— ¿A qué hora?
— A las 12h.
— Piensa que mañana hay que trabajar”.
Y yo, me retraso un poquito, es la una… Y ya me imagino a mi padre, en pijama, bajando al parking, con cara de pocos amigos, y con muy pocas ganas de hablar.
— ¡Qué poca consideración tienes!

Yo era lo que mi familia dejaba que fuese. Yo no era nadie por mí mismo. Era un DISCAPACITADO. Esto es lo que había, y tenía que aceptarlo… o llorar. NO HABÍA OTRA REALIDAD. 

 
José Conrado Gargamonte
Miembro de la Oficina
de Vida Independiente,
miembro del Foro de Vida
Independiente y Divertad  

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