domingo, 20 de mayo de 2012

LO CORRECTO Y LO INCORRECTO


USTED PUEDE ESTAR EN LO CORRECTO O NO
SI LO QUE DICE Y LO QUE HACE
NO ENTRAN EN CONFLICTO

En la residencia que estoy tanto el sanedrín de las conciencias justas como la elegida por el sumo sacerdote entra en  disputa y lucha con los residentes por las formas en que unos y otros actúan. Esto se relaciona muy de cerca con los actos veladamente hostiles y ocultaciones (que tienen como consecuencia el acto hostil).
El esfuerzo que hacen por tener razón es el último esfuerzo consciente de un sanedrín en su extinción. «Yo tengo razón y ellos están equivocados» es el concepto más bajo que puede formular una persona consciente e  inconsciente, o así lo entendemos los que compartimos los valores de una cultura cristiana.
Lo que es correcto y lo que es incorrecto no es necesariamente definible para todo el mundo. Esto varía de acuerdo a los códigos morales y disciplinas éticas existentes. A pesar de que se les usaba como prueba de «cordura» en jurisprudencia, en realidad, no se basaban en hechos, sino sólo en la opinión del caso.
Con el tiempo, surgió una definición más precisa. La definición se convirtió también en la verdadera definición del acto hostil. Un acto hostil no es sólo dañar a alguien o a algo: un acto hostil es un acto de omisión o comisión que hace el menor bien a un menor número de residentes (personas) o áreas de la vida, o el mayor daño a un mayor número de residentes (personas) o áreas de la vida.
Por lo tanto, una acción incorrecta lo es, en el grado que daña al mayor número. Una acción correcta lo es, en el grado que beneficia al mayor número.
Muchas personas piensan que una acción es un acto hostil sólo porque es destructiva. Para ellas, todas las acciones u omisiones destructivas son actos hostiles (por ejemplo, la mentira a los inspectores oficiales y la omisión por parte de ellos). Para que un acto de comisión u omisión sea un acto hostil, debe dañar al mayor número de personas y áreas de la vida. Por lo tanto, no destruir algo podría ser un acto hostil. Ayudar a algo que dañara al mayor número, también puede ser un acto hostil.
Un acto hostil es algo que daña ampliamente. Un acto benéfico es algo que ayuda en general a muchos. Puede también ser un acto benéfico dañar algo que pudiera ser dañino para muchas personas y áreas de la vida (por ejemplo, luchar contra los campos de concentración nazis).
Dañar a todo o ayudar a todo pueden ser, de la misma manera, actos hostiles. Ayudar a ciertas cosas y dañar a otras, pueden ser, por igual, actos benéficos.
La idea de no dañar nada y ayudar a todo es también bastante demente. Es cuestionable pensar que ayudar a los que esclavizan es una acción benéfica; y es igualmente cuestionable considerar que la destrucción de una enfermedad es un acto hostil.
En lo relativo a tener razón o estar equivocado, pueden desarrollarse muchos pensamientos confusos. No hay bien absoluto ni mal absoluto. Tener razón no consiste en no estar dispuesto a dañar; y estar equivocado no consiste sólo en no dañar.
Hay cierta irracionalidad en «tener razón», que no sólo descarta la validez de la prueba legal de la cordura, sino que también explica por qué algunas personas hacen cosas muy incorrectas e insisten en que están haciendo lo correcto.
La respuesta está en un impulso, innato en todos, de tratar de tener razón. Esta es una insistencia que rápidamente se separa de la acción correcta y va acompañada de un esfuerzo por hacer que los demás estén equivocados (los residentes).
Me vino una persona sorprendida de que nos quejásemos que por  su forma de ser ofendía y humillaba, se veía como  una «persona defensiva» al tener que explicarse ante las acusaciones, que según ella eran equivocas. No había por parte de ella equivocación alguna haciendo una defensa descarada de su persona y labor; nosotros, pretendía, estamos equivocados actuamos con perjuicio como residentes. Esto también es una «justificación». La mayoría de las explicaciones de la conducta, no importa lo inverosímiles que sean, parecen perfectamente correctas a la persona que las da, ya que sólo está afirmando el hecho de que ella tiene razón (o cree que la tiene, claro).
Parece ser que algunos sanedrines de las conciencias justas, que son irracionales, no pueden desarrollar muchas teorías. No lo hacen porque están más interesados en insistir en afirmar su propia (y extraña) corrección, que en encontrar la verdad. Así, tenemos extrañas «verdades científicas» de estos sanedrines que deberían tener mejores conocimientos de lo que hablan ya que se han quedado obsoletos y estancados en el tiempo. La verdad la construyen los que tienen la generosidad y el equilibrio de ver también dónde están equivocados: puesto que quizá ellos están descontentos al intuir que posiblemente se han equivocado, que lo han hecho mal.
Señores sanedrines de las conciencias justas: ustedes han leído y escuchado, en este mismo blog, algunas de nuestras quejas y les parecen muy absurdas por parte de los residentes. Dense cuenta de que ustedes están más interesados en afirmar que están en lo cierto con lo que hacen, que en estar en lo correcto.
Uno siempre intenta tener razón hasta el último suspiro.
¿Cómo llega uno entonces a equivocarse alguna vez?
Es de este modo:
Alguien realiza una acción incorrecta, accidentalmente o por descuido. Lo incorrecto de la acción (o la inacción) está entonces en conflicto con su necesidad de tener razón. Así que puede continuar y repetir la acción equivocada para probar que es correcta.
Este es un elemento fundamental de la aberración (pensamiento o conducta irracional). Todas las acciones incorrectas son el resultado de un error seguido de una insistencia de haber tenido razón. En vez de corregir el error (lo que implicaría reconocer que está equivocado), uno insiste en que el error era una acción correcta, y por eso la repite y siguen insistiendo.
Un ser de baja cordura es más y más difícil que admita haberse equivocado. Para ello debería tener mejores conocimientos y haberse acostumbrado a usarlos. Pero cuando alguien que ostenta la conciencia justa, que hace gala de tener capacidad y cordura, el admitirlo, bien podría ser también un desastre, por cuanto echaría por tierra la imagen de sí mismo que ha hecho valer ante del demás.
El estar en lo correcto es el material de que está hecha la supervivencia. Esta es la trampa de la que, aparentemente, el hombre no ha sido capaz de liberarse a sí mismo: un acto hostil que se apila sobre otro, avivado con afirmaciones de estar en lo correcto. Por fortuna, existe un camino de salida seguro de esta telaraña, pero ese camino empieza con la posibilidad de admitir que uno está equivocado.



El impulso a estar en lo correcto está dentro de todas las personas.





Cuando ocurre una acción equivocada, la persona entra en un conflicto entre su acción errónea y el impulso por estar en lo correcto . . .





. .
. y puede continuar haciendo esta acción en un esfuerzo por afirmar que está en lo correcto.
Jesús Córdoba García  Humillados y ofendidos residente

miércoles, 9 de mayo de 2012

ALTRUISMO FARISAICO


ALTRUISMO FARISAICO


Algunas residencias privadas están bajo la sombra de la Iglesia, pero solo con el nombre. No hay que buscar en ellas el espíritu al que aparentan estar asociadas. Lo que hacen es engañar a la Iglesia, a la  sociedad y al Estado pero los más perjudicados son los residentes: todos ellos confían en el patrocinio de la iglesia, pero ese patrocinio no se ve por parte alguna.
En vez de adoptar valores y creencias cristianas, de amor al prójimo y de ayuda a sus semejantes, sin espera de ningún tipo de retribución ni agradecimiento, vemos todo lo contrario. Mirad a las juntas directivas: ¿qué hay de cristiano en ellas? Nada. Cierto es que su trabajo no se presta mucho a pensar… pero quizá, por ello, son las tareas que más necesitan un reposo para pensar y examinar lo que se está haciendo.
En vez de un examen autocrítico, les vemos crecerse en sus cargos. Se hacen autosuficientes, se  exaltan  y se  glorifican,  poniendo a los demás por debajo de ellos. Quienes sufren esta interiorización son los residentes. Los que son la razón de ser  de las residencias, se convierten en poco menos que la excusa para que los de arriba puedan enarbolar su orgullo y su pequeña parcela de poder sobre los demás (que son, como es de temer, los pobres residentes).
Este espíritu fariseo es real, y contrario a las enseñanzas del cristianismo. Se autoalimenta constantemente y siempre está buscando una abertura para penetrar en nuestro corazón. Desafortunadamente una vez que nos seduce los primeros efectos son la ceguera espiritual. Pensamos que estamos siendo santos cuando en realidad apestamos de autosuficiencia, legalismo y de hipocresía.
Cuando nos encontramos impregnados de este espíritu, escogemos y elegimos leyes religiosas de varios lugares para hacerlas caber en nuestra propia forma de vida. Escogemos lo que caben en nuestra «zona de comodidad». Torcemos las leyes y las ensamblamos para que puedan caber en nuestros propios estándares, que no son quizá los de la iglesia.
El fariseísmo judío era experto en torcer la ley mosaica en su favor y en contra de otros, especialmente contra los pobres, las mujeres, los enfermos y los gentiles. Jesús condenó este comportamiento más que ningún otro. Uno no tiene que ser adherente a la ley mosaica o a algunas parte de esta para jugar al hipócrita. Uno puede alzarse a grandes alturas en las denominaciones, caminando sobre la gente, pero esto tiene un «costo espiritual» enorme.
Si nos hacemos codiciosos y críticos no gozaremos del amor de Dios, la paz que sobrepasa todo entendimiento y la alegría que produce el Espíritu Santo viene a nosotros cuando somos humildes. Quizás podamos lograr altas posiciones en este mundo, ganar mucho dinero, fama y cosas materiales, pero nuestro ser interno se convertirá en un infierno vivo que se derramará encima en la vida de muchas personas para extraviarlas y llevarlas a un abismo.
La oscuridad en el cristianismo tradicional (siendo más de treinta mil diferentes denominaciones cristianas existentes actualmente) me convence que millones de cristianos han «sido infectados por este espíritu fariseo».
Estas tradiciones cristianas hacen las mismas cosas a los cristianos modernos que hicieron a los judíos hace 2000 años.  Estos fariseos están hoy en día tanto en el rebaño católico, evangélico y ortodoxo. Muchos líderes cristianos hacen la supuesta obra de Dios sin importar a quién pisotean, hasta el punto de anular a las personas por la obra que supuestamente sirve al señor. Sé que esto suena contradictorio, pero yo se de lo que hablo por experiencia, lo he vivido en 55 años de ser católico.

Contra el fariseísmo y la soberbia, habríamos de leer a Pablo –y pensar en ello—, cuando decía «aunque entregara todos mis bienes para alimentar a los pobres, si no tengo piedad, nada me aprovechará».


MI PEREGRINAR POR LAS RESIDENCIAS


MI PEREGRINAR POR LAS RESIDENCIAS

Residencias de España

Trabajar para los demás para mí ha sido parte de mi quehacer. Lo he hecho como algo natural a mi forma de ser.
He tenido amigos que cuando lo que hacía me servía a mi mismo, egoístamente, me han advertido de que lo que hacía podía engordar mi ego pero no servia para el bien de los demás. Cuando me veía inflar  mis sentimientos pensando «qué bueno soy» estos amigos míos me han puesto en el conocimiento de la verdad.
Qué razón tenía Sócrates: «conócete y conocerás al otro».
Esto viene a mi memoria por el peregrinar que he tenido por tres residencias distintas. En las tres he pasado mi calvario pero de distinta forma.
La primera fue en Ecuador, regida por las Hermanitas de los ancianos desamparados. Desde luego doy gracias a la Embajada Española por sus gestiones y a las hermanas por su acogida: en estos países, para los que no tienen dinero, no hay nada sino es por estas congregaciones. Solo me cuestionaba su forma de ver al hombre: lo importante es no pecar y salvarse lo ponían muy difícil.
La segunda ya era en España, en la ciudad de la Bañeza (Mensajeros de la Paz). Tenía buenas instalaciones, muy masificada y el trato variaba según los residentes y los cuidadores. Donde más me resentía era en las comidas y los servicios: si te quejabas te decían si no estás contento cambia de residencia.
La tercera es para llorar. No solo es mas cara, tiene las peores instalaciones no adaptadas para los discapacitados, unos espacios pequeños que no se ajustan a la ley y un régimen interno  perverso… y todo esto aprobado por la Generalidad, que en principio es la que debería velar por los discapacitados.
Ir a una residencia es el último lugar donde uno quiere pasar los últimos días. Uno pierde su privacidad, su autonomía,  su libertad, cuando lo que esperamos es tener un poco de privacidad y tranquilidad y que te traten con respeto.
Pero, en realidad,  te convierte en un instrumento que das dinero y, si eres asistido, entonces molestas más de la cuenta y   encima tienes que dar parte de tu pensión por darles trabajo.
Dejas de ser persona a ser un elemento que vas a soportar una economía que permitirá que aguanten algunas deficiencias y manías seculares.
Casi todas las plazas son concertadas, ya que las tasas son
—según  los servicios o criterios de la empresa— imposible para los bolsillos de la mayoría de ancianos y discapacitados.
En la residencia de Ecuador no pagaba nada. En la de León, el Inmerso pagaba 750 euros por mi plaza. Solicite ir a Cataluña  y la Generalidad paga por mi  2.300 euros/plaza. Si antes no podía, ahora mucho menos: no hay quien pueda pagar esa cantidad.
Si ese dinero me lo diesen, podría ir a un piso, pagar el alquiler, tener una persona que me ayudara a hacer la limpieza y comer y al Gobierno autonómico le saldría más barato.
¿Por qué no lo hace?
 Habitación de una residencia de Barcelona


Baño y pasillo de una residencia de Barcelona


Jesús Córdoba García
Humillados y ofendidos, residentes